Pues sí, mis queridos amigos: estoy enterado de los asuntos de la Inquisición y de las aventuras del Duque de Guisa, Cromwell, Enrique VIII, la caza de brujas, y la famosísima quema de Servet. Y una vez despejada esa "incógnita" que tantas veces he tratado, vamos a la formalidad.
Si me parara en la negación de Pedro, en la tozudez de Tomás, en la traición de Judas, en la incredulidad de los discípulos, cuando asustados se les comunicó la resurrección de Jesús, las disputas de los obispos de la antigüedad, la herejías, lo del asunto de Constantino, las cruzadas, y tantos disparates como se han cometido por las gentes de la Iglesia yo sería el primer ateo.
Pero me fijo en los esfuerzos de los curas que mantienen la fe trabajando arduamente (a veces de una manera muy peculiar), los que se entregan a la contemplación, los que se marchan a lugares en donde trabajan por los pobres, y dan a conocer el Evangelio costándoles la vida; estaría todo el tiempo contando las maravillas que se han hecho en nombre de Jesucristo. Y eso es lo que vale. Las majaderías que se han dicho y hecho, son inevitables dado que la comisión de Jesús fue entregada a débiles hombres. Y ya sabemos las estupideces y crueldades, que somos capaces de cometer los hombres.
Cuando los discípulos enviados por Jesús volvieron, se encontraron con una gran sorpresa; la Escritura dice: Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan… en tu nombre… Pero no os regocijéis por que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. (Lucas 10: 17 y 20)
Y es que los grandes cristianos que se entregaron y cosecharon, ellos, o los que les siguieron de sus trabajos, iban a esos cometidos peligrosos y sin brillo, con el anhelo irresistible de que sus nombres fueran escritos en los cielos. De eso se regocijaban. Y ello les llevó a sus heroísmos y sus sacrificios, la mayor parte de ellos en el más injusto anonimato, desconocidos por el común de las gentes.
Los corruptos aunque ocuparan grandes posiciones dentro de su Iglesia, obraban completamente de forma opuesta a estos héroes de la fe. Porque amaban la gloria de los hombres más que la gloria de Dios, contrariamente a los mártires y santos hombres de Dios que buscaban la gloria de Dios y no el aplauso de los hombres. (Juan 12:43)
El Evangelio de la Paz de Dios fue llevado a lugares ignotos en medio de las más terribles condiciones y allí se quedó. De estos dice así la Escritura: Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.
Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros. (Hebreos 11:36 a 40).
Esto sigue ocurriendo y ocurrirá, porque estos hombres hablan de paz donde hay un os corazones cebados en la guerra y las rencillas. Hablan de hermandad y solidaridad, donde los hombres quieren imponer una clase de esclavitud de sus congéneres. El Evangelio es opuesto a toda clase de vasallaje espiritual o físico, y a la vez es el promulgador del orden de Dios para la felicidad de la humanidad.
Gloria a tantos héroes anónimos, que han proclamado y proclaman con audacia y valentía el nombre de Jesucristo como Señor.
Rafael Marañón
AMDG.
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